Somos fuertes cuando estamos rodeados por los demás. Cuando nos sentimos seguros, felices, sin preocupación. Pero, ¿y si no están? ¿Y si las personas que te dan confianza, te cuidan, te hacen sonreír se apagan, desaparecen? El mundo ya no vuelve a ser seguro. Las dudas y los miedos te atacan en cualquier momento. No eres la misma persona de antes. Ya no eres fuerte gracias a los demás, sino por ti misma. Sonríes, hablas, gritas, ríes... todo más alto, más fuerte. Tienes que hacerlo mejor, lo sabes. Las cosas dolorosas no te afectan, las intentas ignorar, las ocultas. Y finalmente te das cuenta de lo que haces, de lo que duelen las pesadillas, la soledad, el silencio, la rabia. Y explotas. Todo es caos, lágrimas, esperanza. Y vuelve todo a empezar, siendo tu un poco más fuerte. Tu sola, sin dar las gracias a nadie. Tú, solo tú. Y te das cuenta de lo jodida que es la vida, y lo que duele avanzar.
Hay veces que levantar la venda de la vieja herida duele mucho, muchísimo. Pero sigue allí, supurando y envenenándonos. En estos casos, vuelvo a mis escritos, historias y reflexiones que escribí en esa época, para entender lo que sentía en ese huracán de sentimientos. Es una melancolía que me cura el alma y desinfecta esa herida cada vez un poco más, como las revisiones exitosas de un hombre con el corazón débil. Cada vez que las leo lo siento más ajeno de mi, menos doloroso. Nunca lo olvidaré, pero estoy orgullosa de poder decir:
"Si, lo estoy superando"